Aunque la sangre que le corría por las venas era mitad andaluza, gracias a su madre Dña Concha, el destino hizo que amara esta tierra en su totalidad. Y fue eso, el amor a Carlos, lo que le hizo descubrir lo que aquí había.
Desde luego tuvo suerte, no solo por Carlos, sino porque llego aquí en primavera, en plena Feria de Abril y el impacto fue tremendo, que yo lo vi y lo compartí.
Resistirse al amor en plena primavera sevillana es tarea imposible: olores y colores, alegría y ritmo, risas y charlas, todo ayudó. De esta mezcla tan peculiar de amor y estímulos nació Marina, mi querida Marina.
A Concha le gustaba venir. Poco a poco fue incluyendo en su vida cosas "tan de aquí" que al poco tiempo se sentía como pez en el agua. Le gustaban las sevillanas y la marcha Amarguras (felizmente compuesta por un valenciano, Font de Anta ), pasear por la calle Betis y el Parque de Maria Luisa, ir de compras al centro con Marina, el pescaito frito y la regañá, vestirse de gitana, el día de Reyes y por supuesto estar con nosotros, su sureña familia: sus cuñadas y cuñados, sus sobrinos y últimamente con Álvaro, Luna y Pablo sus sobrinos nietos a los que miraba con ternura y con cierto grado de anticipación a su sueño de abuela.
Cada vez que podía iba a Cádiz a buscar los orígenes de su madre, pasamos un fin de año en Granada, un verano en El Rocío (Huelva), dos en Málaga, adoraba el aceite de oliva virgen de Jaén y Córdoba fue el lugar de sus primeros encuentros con Carlos.
La echaran de menos en Valencia, Alicante, Madrid y muchas partes de Europa, pero siempre habrá un andaluz al lado de su recuerdo.
Con mi amor, Concha, y algo muerto en el alma como dice una famosa sevillana.
Cuca